La Verraquina

SENDA LITERARIA - > CINCO CAMINOS. Begoña Gómez Pérez

Érase un marinero
que hizo un jardín junto al mar.
y se metió a jardinero.
Estaba el jardín en flor,
y el marinero se fue
por esos mares de Dios.

Antonio Machado

Cinco caminos

1

Un pueblo instalado en un cruce de caminos es algo muy común a la vez que especial, es un pueblo enclavado en una paradoja. El sosiego de la casa y el trasiego del camino.

El Lagar es un pueblo serrano situado entre lomas y barrancos excavados por numerosos arroyos que, aunque actualmente ocultos y olvidados por la población, de vez en cuando gritan desde sus cauces entubados sacan sus aguas poderosas al aire, normalmente con furia y destrucción.

En un recodo de esas sierras, y de espaldas a su propia comarca, está rodeado por sus cinco costados. Uno más de los que suele haber en un cruce, convirtiendo su cruz en una estrella.

Cuando nació , se arremolinó alrededor de los lugares numinosos que, con esas cualidades , ya casi perdidas , los hombres y las mujeres sentían que los sitios contaban con el apoyo de lo intangible, tan necesario para la supervivencia.

También la necesidad de abrigo y agua potable, fuentes de cualidades salutíferas, agruparon a su alrededor a la primitiva población.

No obstante la posición de cruce ha sido su ventaja y su castigo. Con la mirada perdida ente el ser y el porvenir transcurre su vida.

El primer camino soñó juntarse a otro gran camino , el que unía paqueñas capitales con las grandes ciudades.

Es el que lleva hasta Agrada, la ciudad señorial y hermosa que fue dueña durante mucho tiempo, de este y los otros pueblos de la comarca.

En mi tiempo, se vivía añorando su cercanía, sus bellezas y sus ventajas.

La niña, nacida en El Lagar miraba hacia Agrada, como a una fiesta perpetua, como una consumación de lujos y de ferias.

2

Ya había sido arrancada de otro pueblo vecino más pequeño, Piedraquieta, en el que nació, y que abandonó su familia en pos del bullicio.

El Lagar, parecía el sitio donde no podía falrtarle de nada.

Esplendido en sus nuevas construcciones de bloques de pisos; con grandes comercios: un grupo escolar de cuarenta clases: dos verbenas de verano con bailes y orquestas; un quiosco con peces de colores y sobre todo, dos cines monumentales con las películas más recientes.

La infancia de la niña estuvo colmada de abundancia, protección y pertenencia.

El camino de Agrada, seguía siendo el punto de vista hacia el que se miraba cuando la fiesta o la cesta, nececistaban algo más de lujo, aunque El Lagar era grande, opulento y completo en esos años. Los caminos siempre llegaban hacia destinos que seguían siendo El Lagar. Parajes de merendilla alrededor de una fuente; lugares de romería junto a la ermita, espacios de baño en las orilllas de su garganta arriba o abajo ya cerca del rio.

Estábamos dentro, en nuestro sitio.

3

La ya adolescente, como en cualquier tiempo, sintió agitarse su suelo. Comenzó a ir al Instituto recién creado, un centro de zona al que los chicos y chicas de los pueblos colindantes venían en autobús, excepto los de Torrecaida, que por la cercanía, lo hacían andando.

Empezó a nacer en ella el ansia de ampliación, de conocimiento y deseo de un mundo mejor y especialmente más nuevo.

La relación con el otro sexo fue un cambio de postura, la posibilidad de un compañero sentimental, ser dos en vez de una, domesticar los afectos, aceptar la limitación y renunciar a la pandilla. Todo parecía tener un curso desconocido y absurdo, pero forzado para que el suelo siguiera siendo seguro, hacer lo que tocaba.

Entonces empezamos a sentir la influencia del camino a Agrada de otra manera.

Nos fijamos en Torrecaida, el primer pueblo. En sus chicos que, venían andando siempre juntos, aunque sus situaciones sociales fueran diversas.

Lo que más nos atrajo fue su falta de sujeción a normas caducas y la aceptación de las novedades libertarias, especialmente el nudismo.

Se bañaban desnudos buscando salvajes y apartados charcos, atravesando esa senda tan difícil para una adolescente primeriza en el conocimiento de su propio y cambiante cuerpo, y lo hacían de una manera tan natural que brillaba con esa luz de las leyendas.

El camino de Torrecaida, era nuestra nueva patria: la libertad, la modernidad de costumbres y la igualdad social.

Pero no sirvió para encontrar el lugar donde quedarse por mucho tiempo.

Una atracción mayor apareció en la vida de la adolescente, la que sintieron sus padres, por el camino de Capital.

4

Cuando recordaba de niña a su padre subido en una gran escalera pintando las letras del nombre de su nuevo barrio , Ciudad Capital, no sospechó que era ya un anuncio de un destino, ya trazado.

Cuando El Lagar se hizo otra vez pequeño, ahora para sus padres, cuyas profesiones les permitieron pedir traslados nacionales, y en mitad de su adolescencia, este camino, la engulló. Ahora fue más dramático, se sintió arrancada, como un arbusto, de esa tierra, de ese pequeño mundo, de esa forma de hablar, de pensar, de moverse sin casi horarios y rodeada de seres conocidos.

El intento de encajar en Capital fue difícil. Era demasiado mayor para no saber moverse, por ejemplo en metro: para aprender a tener precaución con la noche y los lugares desconocidos y lo más temido, no tener amigas ni amigos. Lloraba y lloraba, echando de menos casi todo, incluso a sí misma.

Al principio, y por poco tiempo, tecuperó a sus padres, que también se refugiaban de las novedades en casa.

Su consuelo oara tanta desdicha estaba en la pasibilidad de volver al pueblo con suficirnte frecuencia. Sus abuelos seguían viviendo y trabajando en él.

Así que todas las inmensas vacaciones de una estudiante le devolvían al mundo anhelado. Y esa primitiva dualidad, se mantuvo…se ha mantenido.

El camino a Capital se convirtió en una avenida, calle y carretera de la vida de ella y su familia, con la cualidad de un jardín, natural y artificial a la vez.

Durante la última adolescencia y primera juventud, fue diluendose la querencis hacia la tierra natal, nuevas amistades y mayor libertad, en la sociedad y en la vida de la joven, la fueron sujetando a Capital.

5

El barrio fue la nueva morada.

Los compañeros de colegio, de iglesia de Asociación, de Ateneo, fueron conformando un territorio propio dentro de Capital.

Se sintió a salvo; por la fuerza de su altiva juventud y la certeza de que las leyes de la metropolis eran muy respetuosas, protectoras, generosas e imprescindibles para sobrevivir en la gran ciudad.

El barrio -“El puerto”, como rezaba en la camiseta de un amigo- la acogía ante la inmensidad como la un océano desconocido que para ella era ser capitalina, habitante de Capital.

Aquí la joven comenzó sus estudios universitarios y cuando consiguió su puesto de trabajo, fundó su primer hogar.

Durante esta primera juventud, con la infección del camino en su ser, buscó el lugar: tres vecer en el centro y tres veces en el barrio, que al fin la convenció.

A pesar de la muerte de sus abuelos y la reciente independencia, El Lagar, seguiá siendo su parte más emocional y salvaje, un amor tumultuoso que ni cuaja, ni termina.

Siguió viviendo una vida pueblerina, aunque con una nueva cualidad, ahora era una tierra de refugio para la huida, que se le presentaba como necesaria de vez en cuando, y le calmaba sentirse con ese estatus de pertenencia privilegiodo de las turistas forasteras.

Aunque trabajó en Capital, los grandes periodos de vacaciones y la corta distancia se lo permitían.

Buscó una segunda vivienda. Esta vez, El lagar había perdido su primer papel y se había diluido en la comarca, en el campo.

Y el camino a Hondilla comenzó a atraerla.

6

Era un pueblo pequeño, de dos calles y media, con casas tradicionales devaluadas por el semiabandono en que se hallaba. absorbido por El Lagar de tal forma que ya no tenía ni tienda.

Para la joven y sus amigos capitalinos era el arquetipo de aldea rural. Sin servidumbres familiares que coartaran el espíritu libertario y nocturno junto all anhelo diurno de naturaleza y vida pausada que poseía la juventud de los años ochenta.

La cercanía a su propio pueblo, a su familia, a algunos amigos de la infancia, fortalecían en ella sus lazos afectivos.

El camino a Hondilla, inclinó de nuevo su vida.

En El Lagar esta calle se convirtió en la zona de bares y discotecas. Fue la etapa de fiesta, amoríos y últimas pandillas de esa querencia doble.

Un novio,algo estable, apareció en esa ápoca, animaba las cada vez más frecuentes estancias en Hondilla.

Era forastero, trabajaba en El lagar, venido de Zamora, y contratado por obra y servicio en una empresa nacional. Su condición de emigrantes laboraesl les uníó en sus soledades ambulantes durante unos años.

Pero los traslados de él, primero al mar y luego a las sierras del sur, fueron para ella imposibles de aceptar.

No se atravió a alejarse tanto de sus dos mundos y de casi mutuo acuerdo, rompieron su relación. Al poco tiempo, su atadura laboral a Capital, que la había sujetado para no hacer un cambio más, hacia el sur, hacia una relación más duradera y fructífera, desapareció.

Abandonó su trabajo por una incapacidad para seguirlo realizando poe la disminución de la vista.

Y volvió a ser arrojada, por la fuerza, al territorio de la posibilidad de elegir otro lugar, otro camino…

7

Treinta y tres años: sin trabajo, sin pareja, sin hijos y con una novedad: ver tan poco que ya lleva tres años siendo miembro de la organización de ciegos.

La sorpresa es, para ella, mayúscula.

Sabía desde niña que tenía una enfermedad ocular degenerativa que probablemente acabaría en ceguera. Como había visto siempre así y a pesa de los numerosos indicios, no había percibido su gravedad.

El caminar se paró de golpe.

Un pánico al abismo futuro, repentinamente tan cercano, sumió a la joven en una parálisis enfermiza.

Se sintió invalidada para el trabajo y para algunos otros méritos de la vida como el amor y la familia propia.

La desaparición de sí misma, ante la certeza de una mentira fundamental en su vida. Llevaba siendo prácticamente ciega desde hacía mucho tiempo y no lo sabía.

¿Qué más no sabía?

Sus dos mundos acababan de expulsarla de su sitio. Sintió que esta vez sin dar un solo paso, sin emprender el viaje, no tenía tierra que pisar. La gente que la rodeaba, que componía realmente su mundo, ese haz de lazos tanto capitalinos como pueblerinos, dejarían de verla como la misma.

¿Qué sería ahora, qué era ahora, quién…?

Afortunadamente fue acogida por la comunidad invidente. Las profesionales que habían dictaminado su nueva condición también tenían una gran experiencia y cualificación para los casos como el suyo.

Formar parte de esta nueva hermandad tan extensa en la que el dolor de la pérdida es aminorado hasta unos límites inimgInables.

Para la joven, este nuevo territorio se encontraba en Capital, aunque iría ya con ella donde fuera.

La aparente normalidad, le facilitaba seguir habitando los dos mundos. Todavía no necesitaba un bastón o un perro que le ayudara en su deambular, e iba y venía a Hondilla, con parecida libertad.

Una sombra del ya más oscuro presente, la impelían a buscar la cercanía de afectos incondicionales que la acompañaran en su recién asumuda vulnerabilidad.

Seguía viviendo principalmente en Capital, y ahora temporadas más largas en Hondilla.

Con este cambio en su ser, El lagar se hizo imposible de soportar. Era un espejo con demasiado aumento del fracaso físico.

El camino de Piedraquieta, con la familia cercana cono vecinos, se le presentó paradisiaco.

8

Lo que imaginó el paraíso era un pueblo pequeño, bellísimo con un paisaje de camino a un monasterio, donde todo un emperador siguió una sugerencia de su imaginación, parecida a la de la joven, retirarse a un lugar de calma, seguridad y disfrute.

Tenía, en los años noventa, los servicios mínimos de un pueblo vivo, querido y cuidado por sus habitantes. Autárquico en su orgullo de sí.

La joven volvía a tener familia cercana, con un montón de primas mayores que comprenderían su nueva condidión con la benevolencia hacia lo propio.

La naturaleza y la libertad de la soledad la acercaron hacia una postura más idealista, y este ritmo pausado se encarnó en unos primeros poemas.

Su acompañante fue una perra guía, Irma, negra e inquieta que se desentrenó tanto como para tener que ser devuelta.

Piedraquieta comenzó a mostrar su ropa de diario; la excesiva soledad de sus calles , la falta de actividad comunitaria que permitiera a una persona solitaria compartir espacios y aficiónes con los convecinos.

Los paseos imperiales y las visitas a la familia en sus propias casas, se tornaron monótonos y con la consntante añoranza de Irma, tristes.

A pesar de estar cerca, a una legua, la necesidad de ver a sus padres y a algunos amigos, obligaban a la joven a volver la vista hacia El lagar, al que tenía que ir, a veces en autoestop pues no había más que un viaje al día en el autobús de línea.

Seguía manteniendo su piso de Capital y algunas actividades. Terminó los nuevos estudio universitarios, Antropología. Lo social, la cultura, las costumbres…que propician la vivencia de seguridad y sostén de los grupos humalos. Representó para ella, una nueva afición para los domingos. Le producía el placer de situarse an otros tiempos, en otros espacios donde lo más ancestral era cotidiano. Un asombroso traslado hacia unas épocas y unos parajes pérdidos, y a la vez ganados gracias al conocimiento y la memoria.

Después, como adulta, deseó tener hijos. En la revisión de su estado de posible madre, le encontraron un utero miomatoso que l fue extirpado, entre sollozos para siempre inconsolables, poco tiempo después.

El Lagar volvió a emitir su llamada.

Ya había aireado sus nuevas circunstancias, un poco de perfil. Pensó que lo suficiente para volver serenamente.

9

Volver con la vista marchita y el vientre vacío. Las flores del tiempo ajando su piel.

Quedaba la naturaleza. Alguna amiga que podría acompañarla , sus padres, y bastantes vecinas y vecinos que la apreciaban como se quiera a quien has conocido de niña.

El lagar, enfrentado a Capital, era un lugar mucho más cómodo, más fácil , más suave para las dificultades de la vida diaria. Todo cercano, todo pequeño, todo propiciando un ritmo tardo y eficaz.

(En fin, se repetía,pero ¡tenía tiempo!)

También había proximidad en las relaciones, había ocasión para nuevas amistades, sexo, tal vez amor.

La mujer se reinstaló en el camino de Escondidas, el Bajo y el Alto. Dos pueblos situados hacia el monte, hacia lo más inaccesible, invisibles desde lejos y, sin embargo, vigilantes de la despejada llanada y de sus dos principales vías de acceso a la comarca.

Para El Lagar, este camino era la relación con su cerro principal, su monte protector y silvestre , su bosque más puro, Más mágico. La profusión de helechos, robles , madroños, castaños y la existencia de una fuente en un antiguo lugar de romería sin cristianizar, sin ermita, con topónimo sacro y pagano, Fuentetornares, donde volver a poner las cosas en su lugar, gracias a un agua que limpia y cura.

Las merendillas de la infancia, tan antiguas y alegras, revivieron, en ella, la necesidad de lo refrescante y saludable de ese agua y su cercanía.

Viviendo en ese extremo de El Lagar, camino a Escondidas el Bajo, en la mesa comunal de un bar, la mujer encontró un amor.

Un hombre que ya tenía su propio hijo, y que en ese momento estaba sin compromiso.

Al día siguiente de su primer beso comenzaron a vivir juntos.

10

Los siguientes años, la mujer y el hombre compartieron su vida.

Capital, fue un lugar lateral de adscripción mestiza, su domicilio legal, no su hogar.

La vida de la pareja miraba hacia el camino de Escondidas. Allí estaba el centro de trabajo del hombre. Hacia allá se encaminaban sus paseos paladeando lo feraz de la tierra y el transcurrir de los días en el amor.

El Lagar, por fin, tenía el sentido sereno y alhelado de patria. Se rehízo la relación con sus padres, ya mayores, con un cambio: de cuidada a cuidadora. Al mismo tiempo que inauguraba su casa nuerva, la madre de la mujer padeció una afasia, que le impidió seguir hablando, y encargandose de ella misma y de su marido. La mujer se hizo cargo de esos cuidados.

La pareja era la tierra firme, un terreno sólido y capaz de mantener el edificio de su ajetreada vida,

Tenía un amor, una perra y un perro adoptados , un hijastro adolescente, unos padres a quienes restituir algo del afecto recibido. Todo lo común y regular que siempre había soñado.

Un día, de un año con nombre, como los había nombrado el hombre en uno de sus escritos, el de su cincuentenario, la mujer recibió una llamada del centro de salud, su compañero que ese día había salido de paseo solo con los perros, camino de Escondidas, estaba en urgencias.

Salió de casa corriendo hacia el camino de Agrada, llamado desde siempre La carretera, donde se encontraba el ambulatorio.

Al cruzarlo, con la prisa y el aturdimiento del dolor y del miedo, olvidó a las nuevas fieras que poblaban los caminos.

Lo último que vió, demasiado tarde, demasiado cerca, demasiado fuerte, fue el coche que la atropellò.

Begoña Gómez Pérez

DOC

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Cesar Martín Ortíz