EL GRAN ÁRBOL
Cuando caminamos, no sólo se mueven las piernas y el corazón, también los recuerdos van y vienen, como las abejas por un campo de flores, en algún rincón de nuestra cabeza.
Esta vez voy a elegir un lugar muy especial para pensar y dejar que los recuerdos se muevan por la memoria como las imágenes en un cine. Me he sentado al lado de la Picota y tengo como fondo, entre otros árboles, la silueta del Pino Gordo. Pienso que estoy situado entre la cultura y la naturaleza: todo el peso de la historia y la cultura de un pueblo recogido en una monumento de piedra y al mismo tiempo toda la fuerza de la naturaleza concentrada en un árbol majestuoso.
Se me van los recuerdos al árbol y la poesía: Agustín García Calvo dejó escrito:
“El gran árbol le da su fruto
al que el nombre del fruto diga”.
Dos versos que mueven la pregunta ¿qué esperamos de ese árbol? Tal vez queramos parecernos al árbol o ser como él: que cuanto más grande se hace más hunde las raíces en la tierra.
Quizá, si escuchamos a Antonio Machado, nos dejemos llevar por la envidia sana y le pidamos a nuestro gran árbol una pizca de esperanza:
“Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
...
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.”
Estos versos de Machado se publicaron en 1912, pero conocemos el caso de otro árbol que reverdeció. Ocurrió en Hirosima al cabo de un año del bombardeo atómico que tuvo lugar el 6 de agosto de 1945. Está escrito que un ginkgo biloba brotó entre las ruinas de un monasterio.
Conocemos árboles que se han convertido en símbolos de algunas ciudades. Así el olivo, que fue entregado por la mismísima diosa Atenea la ciudad de Atenas, es equivalente a inmortalidad, vida, victoria, fertilidad y paz.
En otros casos, los árboles aparecen en los escudos de los pueblos: así sucede con el roble en el escudo de Guernica, donde además se convierte en símbolo de las libertades; o el tejo, un árbol de crecimiento lento, hoja perenne, y capaz de vivir incluso en terrenos secos y pedregosos. El tejo está presente en el escudo de Tejeda (de Tiétar) y además da nombre a la población.
Así que, no necesitamos hacer mucho esfuerzo mental para identificarnos con los árboles, porque los humanos somos como los árboles: respiramos, necesitamos el agua y echamos raíces. Tenemos hacia los árboles una veneración especial: nos inspiran vida, fortaleza, fecundidad y los envuelve un aire sagrado. Por todo eso no es extraño que la historia y las artes hayan hecho de muchos árboles símbolos de los pueblos, lo mismo que las banderas son símbolos fuertes de los pueblos, las instituciones, las naciones y los países.
El árbol que se muestra en la imagen, detrás de la silueta de un humano sentado y que sobresale por encima de los otros árboles, marcando la línea del horizonte, me llama a su lado. Me invita a mirarlo y a pensar en él como si fuera un símbolo. Se trata de un gran árbol en el que los pájaros buscan refugio. Su imagen se levanta imponente hacia el cielo y sus raíces se agarran a lo más profundo de esta tierra. Su copa es una imagen armoniosa de ramas robustas.
Un árbol como este pino simboliza de manera hermosa a un grupo de gente que trabaja, que produce frutos y que celebra la fiesta de sus frutos haciendo piña.
Recordando a Zorita
Creaciones literarias y visuales de Ignacio del Dedo